Presento ahora un poema dadaísta escrito por mí hace unas semanas.
La
golondrina que tenía leucemia
Itzurhyka
Y
su inmunidad cesará
al
exuberante de incógnito sartén del muerto,
cuando
los árboles
estrépitos
sonoros que la ímpetu colorada se dé,
¡Cómo
lloran los metales por sus inquietos hígados melosos!,
los
velos que al extravagancia embarran,
¡Corran,
mis amigos!
Sin
claro cordel en mis ojos,
bajando
de las gotas de aceitoso madero,
¡Ah!
¿No
anhelan también ustedes el crujir del pelo?
Sólo
apto para los inútiles sollozos
de
aquellos que admiran su capital.
Sólo
a ellos el líquido vertiginoso
se
les resbala del bolsillo.
Una
rata venía, y el excéntrico reír de las mujeres
me
mataba.
¡Aromas,
perfumes desconocidos
de
entrañas marinas!,
enfermas
las cadenas del litio circundante,
¡Ámenme
ratas inmundas!
Que
el viruosísmo del humo no grite al poeta,
porque
su sana vista
no
derrama ya
besos
azules...
Tarde
han llegado mis
insólitos
aváricos,
para
sus decadentes y cíclopes
mugen
los íconos de mi alma,
la
sangre de su ánfora lumínica
prefiero
hundirla en la algarabía de sus demonios,
que
al final no es crimen si no mata la ingratitud.
¡Vuelen
hilos elípticos del tuétano!
Y
que su frente de ámbar no huya
de
la fragua de nuevo,
¡Mueran
en vano!
Movíase
el ave en el xenón
de
las miles de bazofias de la multitud, pues
su
pie levadizo ha de usurpar el cosmos.
Si
emblemas no hay,
aguerridos
serán sus ócridos
dientes,
que
se quiebran entre las plumas del cadáver,
oro
que se
derrite
en las manos del mendigo, y que
mira
a los cables con los labios
de
las miles de canciones que el sol pudo martillar en sus codos,
porque
la industria no se incorpora al sórdido polvillo
de
sus esencias...
¡Ah
no!,
porque
los insectos se lo comen,
y
sus ojos se quiebran,
¡Cómo
duele, General!,
chocolate
para el enfermo y la
tumba
para el niño que su serpiente negra acaba de parir,
porque
sus tuercas y palancas
no
encienden el mecanismo de sus seis estómagos, y sufre
el
enfermo de cáncer.
Si
las flores fueran verdes, y el ganado azufroso,
¿No
sería acaso más fácil saber
si
los corruptos abrazos de los
toldos
irónicos corrompen su patria?
Pero
el pútrido no quiso escuchar
¡Rogando,
rogando me está matando el cincel de las nueces!,
sus
coloridas metálicas explotan en cúpulas mal hechas
con
papeles y cuerdas, sus
pieles
vidriosas me tienen harto, y sus dragones
encolerizados
me meten gusanos
por
los dedos.
Los
ladrones no entienden
porque
sus velos los tienen inmunes...
Apartados
de las mieles, destrozados
por
susurros y sólidos comunes,
Si
la hija lo mantuviera inquieto y muerto
en
su regazo,
¿No
sería acaso más fácil saber si existen en sus inteligibles
lengüetadas
los párpados de vidrio?,
imprescindible
su gesto,
pero
enseguida le contesto:
¡Que
no! ¡Ah, no, señora del ámbar!
Y
su sangre se escurrió en mi palma,
como
el intestino a la parrilla
de
metales varios...
sus
aleaciones no quemaron mis rodillas,
pero
clavaron en la luna de árboles
mis
sueños.
Pues no recuerdo haber leído antes tu extraño poema. Sinceramente le entiendo poco, pero es arrollante en cada frase tan creativamente construída. Me gustaría saber el sentir de su inspiración que, al parecer, sólo es tuyo como la autora. Y uno comparte sólo algo desde los propios referentes, como en mi caso al ver tu palabra inicial de "dadá" que me llevó a recordar haber conocido esa palabra en el contexto espiritual de India, al dirigirse al hermano mayor con gran respeto; ya sé que nada ha de tener que ver con el significado para ti, pero sólo recuerda que la recreación del lenguaje se logra al compartir, y eso estoy tratando de hacer. Y tú qué opinarás?...
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