domingo, 23 de febrero de 2014

Una historia.

Este es un cuento policíaco que escribí basándome en uno de mis fan-fiction de HdA. De hecho lo usé en un trabajo de la escuela. Léanlo, pero recuerden que es mío y sólo mío.

LA MAFIA

Mi nombre es Egmont Furtwängler.
Soy un hombre simple y honrado. No tengo familia, vivo solo en un pequeño apartamento de Schwanthalerhöhe, un barrio de la ciudad de Múnich. Tengo un buen sueldo y un empleo agradable. Trabajo en la policía alemana de Baviera, Alemania. He estado investigando dónde será el próximo golpe de la mafia italiana. Existen rumores de que los italianos se habían trasladado a las calles de Múnich, y cometido numerosos crímenes.

Una noche, mientras caminaba en la calle hacia mi apartamento, encontré una pequeña nota tirada en el piso, cerca de mi puerta. Estaba sucia, tenía varias manchas de lodo. Estaba cubierta de tierra y de metal pulverizado. Tenía un extremo roto, parecía que había sido rasgada con la mano rápidamente, lo que indicaba que anteriormente el mensaje era más largo. El polvo que la rodeaba dejaba ver una borrosa huella digital. Ésta era grande, con lineas verticales curvas, y lineas horizontales rectas. El mensaje estaba escrito en letra cursiva, con tinta negra. Decía lo siguiente:

Nos vemos en la presentación de la Orquesta Sinfónica de Bremen, a las 9:15 pm mañana por la noche en...

No se podía ver más debido a que el otro trozo había sido arrancado. Sin embargo, yo sabía que la presentación de la orquesta sería en Múnich, no en Bremen. Decidí seguir las instrucciones de la nota, pensé que estaba dirigida a mí, ya que estaba cerca de mi apartamento.

Cuando dieron las 8:20, tomé mi abrigo, y salí caminando, tranquilo, a un salón donde sería la función. Llegando a mi destino, fuí a comprar un boleto inmediatamente, y después me formé para entrar. La fila era muy corta, porque era un poco tarde, y no tardé más de dos minutos. Entré al salón despreocupado, la orquesta tocaba aislada del público. Los violines y los tambores hacían vibrar mi tímpano. Todos escuchaban indiferentes y con los párpados a punto de cerrarse, la orquesta tocaba de forma automática, sin abrir un ojo y sin errar una nota. Yo veía a los músicos con tranquilidad, con ignorancia, entre el público. Me alejé de ahí, algún suceso extraño me alarmaba en ese momento. Las goteras y la humedad de la sala me hacían sentir atrapado. Salí de aquel cuarto a uno más húmedo y silencioso. Vi una sombra moverse con sigilo en la penumbra. Me asusté un poco. Me escondí y la seguí en silencio. Me asomé con cuidado detrás de la pared; pude ver a un grupo de hombres sospechosos hablando en voz baja entre sí. Tenían unos enormes puros en la boca que emanaban un humo amargo y denso. Me parecía extraño que esos hombres estuvieran hablando de sus ilegales negocios en un lugar así. Cuando mi vista se acostumbró a la oscuridad, pude ver con claridad sus rostros. Eran algunos de los integrantes más importantes de la mafia italiana. Pude ver sus fotografías durante mi turno matutino, cuando uno de mis compañeros de mayor rango me las mostró. De pronto, uno de ellos dirigió su vista a unas cajas que estaban cerca de mí. Me escabullí preocupado, y vi con más cuidado esta vez.

La voz de su jefe era profunda, grave y áspera. Hablaban serios, y a veces riéndose, mientras pensaban perversamente en sus oscuros negocios. Me sentía muy nervioso, no me parecía ligero el hecho de estar escondido, a pocos centímetros del núcleo de la mafia italiana.

- ¡Ja! ¿Por qué debería tomarlo en cuenta? Este rifle es tan silencioso que no podría ser escuchado ni siquiera por el más sensible de los oídos caninos. De todas maneras ese miserable hombre morirá, no podrá producir ni una nota más con su violín después de que caiga ensangrentado en las oscuras fauces de la muerte.
Dijo burlón y despreocupado uno de los maleantes.

- Pienso asesinar al inmundo Sr. Burnello Racioppa, con un arma más adecuada a la situación.

Después, el misterioso hombre sacó por atrás un rifle de calidad visible, y lo mostró con orgullo al resto.

- Este es un Lee Einfield, importado de Inglaterra. No es el arma más nueva, pero es perfecta para este trabajo.

El jefe miraba a su secuaz con desprecio, no le parecía muy bien la idea. De pronto, uno de ellos se acercó a mí, pero me parece que no logró verme, yo era sólo una sombra más entre todas en la penumbra. Pensé que debía ser precavido e irme lejos. Regrese rápida y silenciosamente, y tropecé a medio camino. Me levanté preocupado lo más rápido que pude y seguí. Al parecer ese sonido no había alertado a aquellos mercenarios.

Estaba tan nervioso como nunca había estado jamás. Si los sicarios descubrían que conocía sus planes, me matarían de inmediato.

Entonces regresé a la sala. La orquesta aún seguía tocando, y la melancólica melodía me hizo quedar estupefacto, apretado entre el público. De pronto sentí unas incontrolables ganas de fumar un cigarrillo, así que hurgué en el bolsillo de mi abrigo para sacar mi cigarrera, sólo para descubrir algo que llenó de una sustancia caliente mi médula espinal: Era mi billetera. No estaba. Era evidente que la había tirado al salir de aquél oscuro cuarto.

Estaba confundido, no sabía si regresar por ella y arriesgar mi vida, o irme tranquilamente a mi casa, sabiendo que podría ser encontrada por los mafiosos. No me quedaba otra opción más que regresar al obscuro salón, y recobrar la evidencia de mi indeseable presencia.

Salí empujando a las personas, que me gritaban cosas desagradables y recorrí de nuevo los pasillos hasta llegar a la sala contigua en donde había estado antes. Caminé lentamente, haciendo el menor ruido posible y escabulléndome tras las cajas, tratando de no proyectar sombra alguna que delatara mi presencia. Sigilosamente llegué al lugar donde había tropezado y noté que mi billetera ya no estaba. Por un momento pensé que había olvidado el lugar exacto, pues todo estaba en la penumbra, pero todas las demás rutas estaban bloqueadas, de manera que no era posible que hubiese hecho un recorrido diferente. Entonces los nervios me consumieron. No podía pensar, y no podía hacer nada al respecto. El sudor escurría lentamente por mi frente en forma de pequeñas gotas saladas. La posibilidad de que mi billetera, con toda clase de información sobre mi persona, y a lo que me dedico, estuvieran ahora en manos de la mafia, me provocaba un intenso tormento, y a la vez me generaba una ligera náusea. No pude pensar en otra cosa que escapar. Correr y alejarme lo más posible de ese lugar, aunque sabía que era imposible.

Impulsivamente di unos pasos para escabullirme detrás de unas estructuras metálicas, cuando de pronto tropecé con algo y abruptamente me azoté contra unas cajas, que al caer generaron un estruendo metálico que, como campanas que anuncian la muerte, se hicieron sonar para delatar mi accidentada presencia. No acababa de incorporarme para seguir mi torpe huida, cuando de pronto todo cobró sentido: la melancólica melodía que me había conmovido hace unos momentos provenía inequívocamente de un violín, no podía ser otro más que Burnello Racioppa, el pobre desgraciado contra el que conspiraban esos mafiosos. Era claro por qué estaban ahí. Al parecer el hallazgo de mi presencia había atrasado su muerte, aunque seguramente habría adelantado la mía.

Apenas me di cuenta de todo esto, cuando sentí un sólido frío en mi cabeza. Era la boca de un revólver. Paralizado, alcé ligeramente la mirada y noté que unas sombras me rodeaban. Una voz detrás de mí me dijo:

-Usted debe ser el Oficial Egmont, si no me equivoco. Así que ya debe saber quienes somos, y cuáles son nuestras intenciones. Creo que está de sobra decirle por qué va a morir.

Era esa voz áspera y grave quien me hablaba. Era su líder. Y era también el que sostenía el revolver. El ligero estruendo del percutor preparando el disparo me dejó helado.

-Pero antes de matarte te daré el lujo de divertirme. Ahora cuéntame, ¿Qué es lo que escuchó, Oficial Egmont? Y ¿Por qué está aquí? ¿Qué lo trajo a este curioso momento?.

No sabía si responder, pero el frío revólver en mi cráneo era un claro estímulo.

-Sólo querá oir a Racioppa, lo juro, no sé que está pasando.
- Así, que ahora no sabe por qué su billetera está en mi poder.

Era obvio que no podía mentirles. Estaba acabado. Sólo jugarían conmigo, me harían sufrir hasta que jalaran el gatillo. Entonces supe que la única oportunidad de vivir era darles lo que esta clase de tipos siempre quieren: Información.

- Está bien, está bien. Yo sé que quieren deshacerse de Burnello. Pero eso solo es culpa de alguno de sus secuaces, que ha dejado caer una nota sobre esta reunión, cerca de mi departamento. Puede buscarla, está en mi billetera. Al parecer no soy el único torpe aquí. Y a decir verdad no creo que asesinarlo en un lugar tan público como éste haya sido una buena idea desde el principio. Si ustedes me dejan vivir, les puedo ser de utilidad. Yo sé en dónde vive, a dónde irá, y tengo algunas ideas menos notorias para lograr sus objetivos.

Todos permanecieron en silencio por un momento. Al parecer mi mensaje había sido demasiado directo. No sabían como responder a esto. Eso me alegró un poco, pues parecía que estaban recapacitando si efectivamente les sería de utilidad. Pareciese que mis días del lado de la ley estaban llegando inesperadamente a su fin.

Después de unos cuantos segundos, el silencio terminó. Su jefe dio una pequeña bocanada de aire, y tras un ligero chasquido dijo:

- Me parece que el Oficial Egmont aún no comprende en presencia de quién se encuentra. Nosotros no hacemos tratos con policías. Mucho menos si son Alemanes. Y si fuese información lo que queremos, ya se la estaríamos sacando a golpes. Aunque debo aceptar que su atrevido ofrecimiento me deja claro que usted además de policía, lleva a un maleante dentro, y posiblemente uno de los que saben lo que quieren. Y nosotros también sabemos lo que queremos señor Furtwängler, Nosotros también.

No podía creerlo. De pronto me encontraba negociando mi vida con uno de los líderes de la mafia Italiana. Sólo había dos posibilidades de salir de ahí. Como cadáver, o como un mafioso. En un momento, todo en lo que había creído, el bien, la justicia, el honor, todo se venía abajo.

Decidí actuar con frialdad, pues sólo así me creerían:

- Es irrelevante que sigamos discutiendo acerca de lo que pasará conmigo. Es mejor que hablemos sobre la verdadera víctima. Yo sé quién es, y a donde estará los próximos días. Y a decir verdad tengo una posición muy conveniente, que llevada con discreción puede ser muy útil para sus planes. Y como dice usted, soy de aquellos que saben lo que quieren, de manera que si encontráramos una remuneración que valga la pena el riesgo, podríamos convertir este asunto en el principio de una provechosa e ilícita relación.

- Me ha dejado sin palabras, Oficial. Ante tal despliegue de cinismo, creo que su persona sí que nos podría ser de utilidad. Pero antes de que hablemos de negocios, quiero recordarle que nosotros sabemos muy bien quién es. Supongo que usted entiende a qué me refiero. De manera que también sabe que no será nada conveniente mentirnos.

No sabía cómo sentirme en ese momento. Yo viviría, pero alguien debía morir a cambio. Es extraño pensar que el resto de mi vida sería para trabajar secretamente para el crimen organizado.

De pronto sentí alejarse la fría boca del revolver. Sentí un enorme alivio, las sombras que me rodeaban de pronto desaparecieron, y la grave y áspera voz ante la que me había rendido antes, me dijo alejándose:

- Mañana, 7:15pm, en el parque que está cerca de su apartamento. Recuerde que lo estamos vigilando. Siempre.

Esperé volver a la luz de la sala, pero todo era penumbra ahora. El lugar estaba vacío. No había nadie. Entre la oscuridad llegué a la taquilla en la que había comprado el boleto. Estaba cerrado. Regresé por los pasillos y salí por la puerta trasera, hacia un callejón. La luz había vuelto en forma del tenue anaranjado del alumbrado público.

Caminé hasta mi apartamento, y exactamente debajo de mi puerta encontré otra nota:

Recuerde, mañana a las 7:15pm, en el parque que esta cerca de aquí.
No beba la leche del refrigerador, está rancia.

Entonces grité para mis adentros:

- ¡Pero qué...! ¿Cómo es posible? Han entrado.

Las pocas esperanzas que tenía de salir de esto se habían esfumado. Entré a mi departamento, pero a diferencia de otras noches, esta vez me sentía vigilado, limitado de hacer cualquier movimiento, así que fui directamente a mi cama, y acostado boca arriba reflexioné acerca de lo que fui, y de lo que sería de ahí en adelante. Todo por una simple nota. Sin notarlo, quedé profundamente dormido.

A la mañana siguiente me desperté con gran dificultad, y recordé que debía ir al trabajo, para aplicar la ley que rompería a las 7:15 de esa tarde. Ahora tenía dos turnos de trabajo. El matutino como el hombre justo que todos creían que soy, y el vespertino, como el ser en el que me había convertido.

Casi sin pensarlo me vestí para el trabajo, y fui directo al cubículo de mi jefe, con una cara de seriedad extrema. Si de pronto se me escapara algo de lo sucedido con los mafiosos, sería mi fin.
- Buenos días, Señor. Dígame, ¿Cuál será mi asignación el día de hoy?

- Buen día, Oficial. ¿Recuerda el caso de la mafia Italiana que le asigné? Pues olvídelo. De momento lo necesito para otras labores. Un famoso Violinista ha llegado a la ciudad, y ha solicitado se le asigne a alguien para su seguridad personal. No sé que piensen estos famosos al pedir tanta ceremonia. Lo que sí sé es que usted se hará cargo de eso. Vaya ahora mismo al hotel Principal, para entrevistarse con su representante, ahí le darán más detalles. Haga lo necesario para que dejen de molestar.

No podía creer que fuese tan fácil. Todo se ponía en bandeja de plata para completar mi transformación hacia el lado oscuro. Era demasiada coincidencia. Algo debía estar mal. O ¿Era acaso una prueba? ¿Una en la que se jugaba toda mi humanidad en un solo acto? No podía saberlo, todo era tan extraño, parecía como un sueño, y como por inercia seguí adelante con todo eso.

Al llegar al hotel, me acerqué a la recepción, y pregunté por el representante del Sr. Burnello Racioppa. De inmediato, el recepcionista me señaló en dirección a la sala del lobby del hotel y me dijo que ya me estaban esperando.

-Buen día, Oficial. Supongo que su jefe ya lo ha puesta al tanto de su misión aquí. El Sr. Burnello Racioppa es un personaje muy distinguido, y su viruosísmo con el violín es conocido y admirado en todo el mundo. Sin embargo no es esa la razón por la que está usted aquí. El día de ayer, el Sr. Burnello ha recibido un paquete de su hermano, y al abrirlo la expresión de su rostro ha desaparecido. No ha querido mostrar a nadie el contenido, y se ha rehusado a dar cualquier explicación. Lo que sí hizo fue quemar el contenido del paquete poco después de abrirlo, a la vez que entró en un discreto estado de pánico, y me ha exigido que se le brinde protección de las autoridades, pues teme por su vida.

- Y ¿Sabe Usted que podría estar pasando? ¿De qué podría tratarse todo esto? ¿Cómo podría protegerlo sin saber cual es el peligro?

Al mismo tiempo yo sacaba conclusiones en mi cabeza: era evidente que el Sr. Burnello tenía información muy delicada acerca de la mafia italiana, y al ser el único poseedor de esta información, era un cabo suelto que mis nuevos e indeseables amigos querían eliminar.

- Insisto, el Sr. Burnello no ha querido revelar nada. Está encerrado en su habitación y ha pedido que se le custodie ahí mismo.

- Vayamos con él entonces.

Al subir, llegamos a una amplia y lujosa sala que no era más que la entrada de la cómoda y magnánima habitación. No sé de donde provino la idea de que, como fuese, era un lugar bastante digno para morir, a comparación del húmedo salón en el que se había presentado la noche anterior.

- En seguida le atenderá el Sr. Burnello. Por favor espere aquí.

Así lo hice, y en seguida su representante bajó nuevamente al lobby del hotel. Me impacientaba un poco la hora, pues aunque sabía que era muy temprano, la idea de la reunión de las 7:15pm me daba vueltas en la cabeza. De pronto un empleado del hotel apareció con una charola de servicio, y una pequeña tacita de espresso. El contexto italiano era evidente. Lo dejó en la pequeña mesita junto a mí. Bajo la taza había otra nota:

¿No es curioso? Vierte el polvo de ese frasco en su bebida, y el trabajo estará terminado. Al llegar a tu casa encontrarás un “estímulo” que sé, considerarás adecuado.”

En seguida hice pelota y guardé la nota, y tomé el pequeño frasco que, por alguna razón no había notado antes en la charola.

Aún no estaba seguro de lo que estaba haciendo, o si estaba haciendo algo siquiera, pero cuando la tensión comenzaba a aumentar, el Sr. Burnello abrió la puerta de su habitación.

- Pase, Oficial. Por favor. Hágalo rápido, pues cada momento es una oportunidad para el peligro.

Rápidamente caminé hacia adentro de su habitación. El interior era aún más elegante y amplio que la sala del recibidor. Su amplitud contrastaba radicalmente con la congoja que representaba el Sr. Burnello.

- Oficial, ahora que está usted aquí, quiero contarle algo, que es la causa de mi angustia, y del miedo que ahora siento. Es algo que sólo podía contarle a un representante de la ley. Pero por favor, necesito antes, un trago, pues todo esto es demasiado para mí. ¿Sería tan amable de servirme un trago de la licorera que está en la otra habitación? Siento que no puedo más.

Ahí estaba. La oportunidad. Me acerqué a la licorera, tomé un vaso y serví el licor. Metí la mano a mi bolsillo, y agarrando el frasco lo saqué. Sin pensarlo dos veces, retiré el pequeño tapón. No sé lo que era, pero seguramente esa pequeña cantidad de polvo era suficiente para matar a un hombre. Mi pecho se estremecía, y una fuerza desconocida se interponía a mi voluntad de mover la mano para vaciar el frasco en la bebida. No podía creer que todo fuese tan fácil para cumplir los planes de aquellos truhanes. Y mucho menos que fuese yo el ejecutor de tan vil acto. Y ¿si después de todo pudiera escapar?

La quebrada voz del Sr. Burnello me sobresaltó, y rápidamente guardé el frasquito en la bolsa de mi solapa.

- Que sea doble, Oficial, nunca he bebido, pero en estos momentos siento que lo he hecho siempre.

- Claro, Sr. Burnello. Aquí tiene.

Eso había sido todo. Había perdido la oportunidad. No había tenido tiempo de decidirlo. Una vez más era víctima de mis titubeos. El Sr. Burnello tomó de un solo sorbo su whiskey doble.

-Como le decía, Oficial, me encuentro muy consternado por un paquete que llegó a mí hace dos noches. Era de mi hermano. No sabía nada de él desde hace muchos años, y ahora, de repente, recibo éste paquete suyo. Y lo que ahí leí... me hizo estremecer, pues, según las primeras líneas, el recibirlo significaba que él estaba, por alguna razón, muerto. Y al continuar leyendo, entendí por qué.

Súbitamente el sudor de su frente aumentó, su respiración se aceleraba, y su piel tomaba un tono verdoso.

- Es importante que usted sepa, Oficial, que existen fuerzas oscuras y bien instrumentadas que ahora mismo conspiran para lograr un fin más allá de lo que nosotros podemos ver. Y estas fuerzas son apoyadas por la mafia, y los gobiernos a las más altas esferas del poder. Los nombres que a continuación voy a proporcionarle, de llegar a la luz pública, acabarían con los planes de estos oscuros actores... ¡Cof! ¡Cof!

Tosió salpicando brillante sangre, al tiempo que se desplomaba, verde y con la mirada perdida... no podía creerlo, ¿Cómo pasó? No había sido yo... yo no...

Efectivamente. Al momento de titubear con aquel frasquillo sobre su bebida, había dejado caer una pizca de aquel veneno. Sólo una pizca. Había sido yo. De inmediato pedí auxilio, salí al pasillo y grité con fuerza. Rápidamente llegaron varios camareros, y poco después más oficiales de la policía.

En el altercado todos vieron la misma posibilidad: había sido envenenado. De inmediato sentí un profundo temor, me sentí observado por todos, ellos sabían que había sido yo. Entonces uno de los oficiales gritó con fuerza:

- Que nadie salga del hotel. El asesino debe estar por aquí. ¡Revisen a todo el personal!

Basta decir que, contrario a toda mi paranoia, nadie trato de revisarme, protegido por mi rol de policía, por lo que bajo gran presión decidí seguir la corriente, y actuar como normalmente lo habría hecho.

Esa mañana no pudieron encontrar al asesino.

Por la tarde, al llegar a mi casa, exhausto de buscar lo que no se podría encontrar, descubrí otra de las notas que controlaban mis acciones desde hacía unos días:

¡Notable! Bajo el colchón encontrarás el estímulo acordado. El martes recibirás otra nota. Hay mucho por hacer.”


Estaba hecho. Yo ya era uno de ellos.

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