LA MAFIA
Mi
nombre es Egmont Furtwängler.
Soy un hombre simple y honrado. No tengo familia, vivo solo en un pequeño apartamento de Schwanthalerhöhe, un barrio de la ciudad de Múnich. Tengo un buen sueldo y un empleo agradable. Trabajo en la policía alemana de Baviera, Alemania. He estado investigando dónde será el próximo golpe de la mafia italiana. Existen rumores de que los italianos se habían trasladado a las calles de Múnich, y cometido numerosos crímenes.
Soy un hombre simple y honrado. No tengo familia, vivo solo en un pequeño apartamento de Schwanthalerhöhe, un barrio de la ciudad de Múnich. Tengo un buen sueldo y un empleo agradable. Trabajo en la policía alemana de Baviera, Alemania. He estado investigando dónde será el próximo golpe de la mafia italiana. Existen rumores de que los italianos se habían trasladado a las calles de Múnich, y cometido numerosos crímenes.
Una
noche, mientras caminaba en la calle hacia mi apartamento, encontré
una pequeña nota tirada en el piso, cerca de mi puerta. Estaba
sucia, tenía varias manchas de lodo. Estaba cubierta de tierra y de
metal pulverizado. Tenía un extremo roto, parecía que había sido
rasgada con la mano rápidamente, lo que indicaba que anteriormente
el mensaje era más largo. El polvo que la rodeaba dejaba ver una
borrosa huella digital. Ésta era grande, con lineas verticales
curvas, y lineas horizontales rectas. El mensaje estaba escrito en
letra cursiva, con tinta negra. Decía lo siguiente:
“Nos
vemos en la presentación de la Orquesta Sinfónica de Bremen,
a las 9:15 pm mañana por la noche en...”
No
se podía ver más debido a que el otro trozo había sido arrancado.
Sin embargo, yo sabía que la presentación de la orquesta sería en
Múnich, no en Bremen. Decidí seguir las instrucciones de la nota,
pensé que estaba dirigida a mí, ya que estaba cerca de mi
apartamento.
Cuando
dieron las 8:20,
tomé mi abrigo, y salí caminando,
tranquilo, a un salón donde sería la función.
Llegando a mi destino, fuí a comprar un boleto inmediatamente, y
después me formé para entrar. La fila era muy corta, porque era un
poco tarde, y no tardé
más de dos minutos. Entré al salón
despreocupado, la orquesta tocaba aislada del público. Los violines
y los tambores hacían vibrar mi tímpano. Todos escuchaban
indiferentes y con los párpados a punto de cerrarse, la orquesta
tocaba de forma automática, sin abrir un ojo y sin errar una nota.
Yo veía a los músicos con tranquilidad, con ignorancia, entre el
público. Me alejé de ahí, algún suceso extraño me alarmaba en ese
momento. Las goteras y la humedad de la sala me hacían sentir
atrapado. Salí de aquel cuarto a uno más húmedo y silencioso. Vi
una sombra moverse con sigilo en la penumbra. Me asusté un poco. Me
escondí y la seguí en silencio. Me asomé con cuidado detrás de la
pared; pude ver a un grupo de hombres sospechosos hablando en voz
baja entre sí. Tenían unos enormes puros en la boca que emanaban un
humo amargo y denso. Me parecía extraño que esos hombres estuvieran
hablando de sus ilegales negocios en un lugar así. Cuando mi vista
se acostumbró a la oscuridad, pude ver con claridad sus rostros.
Eran algunos de los integrantes más importantes de la mafia
italiana. Pude ver sus fotografías durante mi turno matutino, cuando
uno de mis compañeros de mayor rango me las mostró. De pronto, uno
de ellos dirigió su vista a unas cajas que estaban cerca de mí. Me
escabullí preocupado, y vi con más cuidado esta vez.
La
voz de su jefe era profunda, grave y áspera. Hablaban serios, y a
veces riéndose, mientras pensaban perversamente en sus oscuros
negocios. Me sentía muy nervioso, no me parecía ligero el hecho de
estar escondido, a pocos centímetros del núcleo de la mafia
italiana.
-
¡Ja! ¿Por qué debería tomarlo en cuenta? Este rifle es tan
silencioso que no podría ser escuchado ni siquiera por el más
sensible de los oídos caninos. De todas maneras ese miserable hombre
morirá, no podrá producir ni una nota más con su violín después
de que caiga ensangrentado en las oscuras fauces de la muerte.
Dijo
burlón y despreocupado uno de los maleantes.
-
Pienso asesinar al inmundo Sr. Burnello
Racioppa, con
un arma
más adecuada
a la situación.
Después,
el misterioso hombre sacó por atrás un rifle de calidad visible, y
lo mostró con orgullo al resto.
-
Este es un Lee Einfield,
importado de Inglaterra. No es el arma más nueva,
pero es perfecta
para este trabajo.
El
jefe miraba a su secuaz con desprecio, no le parecía muy bien la
idea. De pronto, uno de ellos se acercó a mí, pero me parece que no
logró verme, yo
era sólo una
sombra más entre todas en la penumbra. Pensé que debía ser
precavido e irme lejos. Regrese
rápida y silenciosamente, y tropecé a medio camino. Me levanté
preocupado lo más rápido que pude y seguí. Al parecer ese sonido
no había alertado a aquellos mercenarios.
Estaba
tan nervioso como nunca había estado jamás. Si los sicarios
descubrían que conocía sus planes, me matarían de inmediato.
Entonces
regresé a la sala. La orquesta aún seguía tocando, y la
melancólica melodía me hizo quedar estupefacto, apretado entre el
público. De pronto sentí unas incontrolables ganas de fumar un
cigarrillo, así que hurgué en el bolsillo de mi abrigo para sacar
mi cigarrera, sólo para descubrir algo que llenó de una sustancia
caliente mi médula espinal: Era mi billetera. No estaba. Era
evidente que la había tirado al salir de aquél oscuro cuarto.
Estaba
confundido, no sabía si regresar por ella y arriesgar mi vida, o
irme tranquilamente a mi casa, sabiendo que podría ser encontrada
por los mafiosos. No me quedaba otra opción más que regresar al
obscuro salón, y recobrar la evidencia de mi indeseable presencia.
Salí
empujando a las personas, que me gritaban cosas desagradables y
recorrí de nuevo los pasillos hasta llegar a la sala contigua en
donde había estado antes. Caminé lentamente, haciendo el menor
ruido posible y escabulléndome tras las cajas, tratando de no
proyectar sombra alguna que delatara mi presencia. Sigilosamente
llegué al lugar donde había tropezado y noté que mi billetera ya
no estaba. Por un momento pensé que había olvidado el lugar exacto,
pues todo estaba en la penumbra, pero todas las demás rutas estaban
bloqueadas, de manera que no era posible que hubiese hecho un
recorrido diferente. Entonces los nervios me consumieron. No podía
pensar, y no podía hacer nada al respecto. El sudor escurría
lentamente por mi frente en forma de pequeñas gotas saladas. La
posibilidad de que mi billetera, con toda clase de información sobre
mi persona, y a lo que me dedico, estuvieran ahora en manos de la
mafia, me provocaba un intenso tormento, y a la vez me generaba una
ligera náusea. No pude pensar en otra cosa que escapar. Correr y
alejarme lo más posible de ese lugar, aunque sabía que era
imposible.
Impulsivamente
di unos pasos para escabullirme detrás de unas estructuras metálicas,
cuando de pronto tropecé con algo y abruptamente me azoté contra
unas cajas, que al caer generaron un estruendo metálico que, como
campanas que anuncian la muerte, se hicieron sonar para delatar mi
accidentada presencia. No acababa de incorporarme para seguir mi
torpe huida, cuando de pronto todo cobró sentido: la melancólica
melodía que me había conmovido hace unos momentos provenía
inequívocamente de un violín, no podía ser otro más que Burnello
Racioppa, el pobre desgraciado
contra el que conspiraban esos mafiosos. Era claro por qué estaban
ahí. Al parecer el hallazgo de mi presencia había atrasado su
muerte, aunque seguramente habría adelantado la mía.
Apenas
me di cuenta de todo esto, cuando sentí un sólido frío en mi
cabeza. Era la boca de un revólver. Paralizado, alcé ligeramente la
mirada y noté que unas sombras me rodeaban. Una voz detrás de mí
me dijo:
-Usted
debe ser el Oficial Egmont, si
no me equivoco. Así que ya debe saber quienes somos, y cuáles son
nuestras intenciones. Creo que está de
sobra decirle por qué va a morir.
Era
esa voz áspera y grave quien me hablaba. Era su líder. Y era también
el que sostenía el revolver. El ligero estruendo del percutor
preparando el disparo me dejó helado.
-Pero
antes de matarte te daré el lujo de divertirme. Ahora cuéntame,
¿Qué es lo que escuchó, Oficial Egmont? Y ¿Por qué está aquí?
¿Qué lo trajo a este curioso momento?.
No
sabía si responder, pero el frío revólver en mi cráneo era un
claro estímulo.
-Sólo
querá oir a Racioppa, lo juro, no sé que está pasando.
-
Así, que ahora no sabe por qué su billetera está en mi poder.
Era
obvio que no podía mentirles. Estaba acabado. Sólo jugarían
conmigo, me harían sufrir hasta que jalaran el gatillo. Entonces
supe que la única oportunidad de vivir era darles lo que esta clase
de tipos siempre quieren: Información.
-
Está bien, está bien. Yo sé que quieren deshacerse de Burnello.
Pero eso solo es culpa de alguno de sus secuaces, que ha dejado caer
una nota sobre esta reunión, cerca de mi departamento. Puede
buscarla, está en mi billetera. Al parecer no soy el único torpe
aquí. Y a decir verdad no creo que asesinarlo en un lugar tan
público como éste haya sido una buena idea desde el principio. Si
ustedes me dejan vivir, les puedo ser de utilidad. Yo sé en dónde
vive, a dónde irá, y tengo algunas ideas menos notorias para lograr
sus objetivos.
Todos permanecieron en silencio por un momento. Al parecer mi mensaje
había sido demasiado directo. No sabían como responder a esto. Eso
me alegró un poco, pues parecía que estaban recapacitando si efectivamente les sería de utilidad. Pareciese que mis días del lado
de la ley estaban llegando inesperadamente a su fin.
Después
de unos cuantos segundos, el silencio terminó. Su jefe dio una
pequeña bocanada de aire, y tras un ligero chasquido dijo:
-
Me parece que el Oficial Egmont aún
no comprende en presencia de quién se encuentra. Nosotros no hacemos
tratos con policías. Mucho menos si son Alemanes. Y si fuese
información lo que queremos, ya se la estaríamos sacando a golpes.
Aunque debo aceptar que su atrevido ofrecimiento me deja claro que
usted además de policía, lleva a un maleante dentro, y posiblemente
uno de los que saben lo que quieren. Y nosotros también sabemos lo
que queremos señor Furtwängler,
Nosotros también.
No
podía creerlo. De pronto me encontraba negociando mi vida con uno de
los líderes de la mafia Italiana. Sólo había dos posibilidades de
salir de ahí. Como cadáver, o como un mafioso. En un momento, todo
en lo que había creído, el bien, la justicia, el honor, todo se
venía abajo.
Decidí
actuar con frialdad, pues sólo así me creerían:
-
Es irrelevante que sigamos discutiendo acerca de lo que pasará
conmigo. Es mejor que hablemos sobre la verdadera víctima. Yo sé
quién es, y a donde estará los próximos días. Y a decir verdad
tengo una posición muy conveniente, que llevada con discreción puede
ser muy útil para sus planes. Y como dice usted, soy de aquellos que
saben lo que quieren, de manera que si encontráramos una
remuneración que valga la pena el riesgo, podríamos convertir este
asunto en el principio de una provechosa e ilícita relación.
-
Me ha dejado sin palabras, Oficial. Ante tal despliegue de cinismo,
creo que su persona sí que nos podría ser de utilidad. Pero
antes de que hablemos de negocios, quiero recordarle que nosotros
sabemos muy bien quién es. Supongo que usted entiende a qué me
refiero. De manera que también sabe que no será nada conveniente
mentirnos.
No
sabía cómo sentirme en ese momento. Yo viviría, pero alguien debía
morir a cambio. Es extraño pensar que el resto de mi vida sería
para trabajar secretamente para el crimen organizado.
De
pronto sentí alejarse la fría boca del revolver. Sentí un enorme
alivio, las sombras que me rodeaban de pronto desaparecieron, y la
grave y áspera voz ante la que me había rendido antes, me dijo
alejándose:
-
Mañana, 7:15pm, en el parque que está cerca de su apartamento.
Recuerde que lo estamos vigilando. Siempre.
Esperé
volver a la luz de la sala, pero todo era penumbra ahora. El lugar
estaba vacío. No había nadie. Entre la oscuridad llegué a la
taquilla en la que había comprado el boleto. Estaba
cerrado. Regresé por los pasillos y salí por la puerta trasera,
hacia un callejón. La luz había vuelto en forma del tenue
anaranjado del alumbrado público.
Caminé
hasta mi apartamento, y exactamente debajo de mi puerta encontré
otra nota:
“Recuerde,
mañana a las 7:15pm, en el parque que esta cerca de aquí.
No
beba la leche del refrigerador, está rancia.”
Entonces
grité para mis adentros:
-
¡Pero qué...! ¿Cómo es posible? Han entrado.
Las
pocas esperanzas que tenía de salir de esto se habían esfumado.
Entré a mi departamento, pero a diferencia de otras noches, esta vez
me sentía vigilado, limitado de hacer
cualquier movimiento, así que fui directamente a mi cama, y acostado
boca arriba reflexioné acerca de lo que fui, y de lo que sería de
ahí en adelante. Todo por una simple nota. Sin notarlo, quedé
profundamente dormido.
A
la mañana siguiente me desperté con gran dificultad, y recordé
que debía ir al trabajo, para aplicar la ley que rompería a las
7:15 de esa tarde. Ahora tenía dos turnos de trabajo. El matutino
como el hombre justo que todos creían que soy, y el vespertino, como
el ser en el que me había convertido.
Casi
sin pensarlo me vestí para el trabajo, y fui directo al cubículo
de mi jefe, con una cara de seriedad extrema. Si de pronto se me
escapara algo de lo sucedido con los mafiosos, sería mi fin.
-
Buenos días, Señor. Dígame, ¿Cuál será mi asignación el día
de hoy?
-
Buen día, Oficial. ¿Recuerda el caso de la mafia Italiana que le
asigné? Pues olvídelo. De momento lo necesito para otras labores.
Un famoso Violinista ha llegado a la ciudad, y ha solicitado se le
asigne a alguien para su seguridad personal. No sé que piensen estos
famosos al pedir tanta ceremonia. Lo que sí sé es que usted se hará
cargo de eso. Vaya ahora mismo al hotel Principal, para entrevistarse
con su representante, ahí le darán más detalles. Haga lo necesario
para que dejen de molestar.
No
podía creer que fuese tan fácil. Todo se ponía en bandeja de plata
para completar mi transformación hacia el lado oscuro. Era demasiada
coincidencia. Algo debía estar mal. O ¿Era acaso una prueba? ¿Una
en la que se jugaba toda mi humanidad en un solo acto? No podía
saberlo, todo era tan extraño, parecía como un sueño, y como por
inercia seguí adelante con todo eso.
Al
llegar al hotel, me acerqué a la recepción, y pregunté por el
representante del Sr. Burnello
Racioppa. De
inmediato, el recepcionista me señaló en dirección a la sala del
lobby del hotel y me dijo que ya me estaban esperando.
-Buen
día, Oficial. Supongo que su jefe ya lo ha puesta al tanto de su
misión aquí. El Sr. Burnello
Racioppa es un
personaje muy distinguido, y su viruosísmo con el violín es
conocido y admirado en todo el mundo. Sin embargo no es esa la razón
por la que está usted aquí. El día de ayer, el Sr.
Burnello ha
recibido un paquete de su hermano, y al abrirlo la expresión de su
rostro ha desaparecido. No ha querido mostrar a nadie el contenido, y
se ha rehusado a dar cualquier explicación. Lo que sí hizo fue quemar el contenido del paquete poco después de abrirlo, a la vez
que entró en un discreto estado de pánico, y me ha exigido que se
le brinde protección de las autoridades, pues teme por su vida.
-
Y ¿Sabe Usted que podría estar pasando? ¿De qué podría tratarse
todo esto? ¿Cómo podría protegerlo sin saber cual es el peligro?
Al
mismo tiempo yo sacaba conclusiones en mi cabeza: era evidente que el
Sr. Burnello
tenía información muy delicada acerca de
la mafia italiana, y al ser el único poseedor
de esta información, era un cabo suelto que mis nuevos e indeseables
amigos querían eliminar.
-
Insisto, el Sr.
Burnello no
ha querido revelar nada. Está encerrado en su habitación y ha pedido
que se le custodie ahí mismo.
- Vayamos con él entonces.
Al
subir, llegamos a una amplia y lujosa sala que no era más que la
entrada de la cómoda y magnánima habitación. No sé de donde
provino la idea de que, como fuese, era un lugar bastante digno para
morir, a comparación del húmedo salón en el que se había
presentado la noche anterior.
-
En seguida le atenderá el Sr. Burnello.
Por favor espere aquí.
Así
lo hice, y en seguida su representante bajó nuevamente al lobby del
hotel. Me impacientaba un poco la hora, pues aunque sabía que era
muy temprano, la idea de la reunión de las 7:15pm me daba vueltas en
la cabeza. De pronto un empleado del hotel apareció con una charola
de servicio, y una pequeña tacita de
espresso. El contexto italiano era evidente. Lo dejó en la pequeña
mesita junto a mí. Bajo la taza había otra nota:
“¿No
es curioso? Vierte el polvo de ese frasco en su bebida, y el trabajo
estará terminado. Al llegar a tu casa encontrarás un “estímulo”
que sé, considerarás adecuado.”
En
seguida hice pelota y guardé la nota, y tomé el pequeño frasco
que, por alguna razón no había notado antes en la charola.
Aún
no estaba seguro de lo que estaba haciendo, o si estaba haciendo algo
siquiera, pero cuando la tensión comenzaba a aumentar, el Sr.
Burnello abrió
la puerta de su habitación.
- Pase, Oficial. Por favor. Hágalo rápido, pues cada momento es una
oportunidad para el peligro.
Rápidamente
caminé hacia adentro de su habitación. El interior era aún más
elegante y amplio que la sala del recibidor. Su amplitud contrastaba
radicalmente con la congoja que representaba el Sr.
Burnello.
-
Oficial, ahora que está usted aquí,
quiero contarle algo, que es la causa de mi angustia, y del miedo que
ahora siento. Es algo que sólo podía contarle a un representante de
la ley. Pero por favor, necesito antes, un trago, pues todo esto es
demasiado para mí. ¿Sería tan amable de servirme un trago de la
licorera que está en la otra habitación? Siento que no
puedo más.
Ahí
estaba. La oportunidad. Me acerqué a la licorera, tomé un vaso y
serví el licor. Metí la mano a mi bolsillo, y agarrando el frasco
lo saqué. Sin pensarlo dos veces, retiré el pequeño tapón. No sé
lo que era, pero seguramente esa pequeña cantidad de polvo era
suficiente para matar a un hombre. Mi pecho se estremecía, y una
fuerza desconocida se interponía a mi voluntad de mover la mano para
vaciar el frasco en la bebida. No podía creer que todo fuese tan fácil para cumplir los planes de aquellos truhanes. Y mucho menos que
fuese yo el ejecutor de tan vil acto. Y ¿si después de todo pudiera
escapar?
La
quebrada voz del Sr. Burnello me
sobresaltó, y rápidamente guardé el frasquito en la bolsa de mi
solapa.
-
Que sea doble, Oficial, nunca he bebido, pero en estos momentos
siento que lo he hecho siempre.
-
Claro, Sr. Burnello. Aquí
tiene.
Eso
había sido todo. Había perdido la oportunidad. No había tenido
tiempo de decidirlo. Una vez más era víctima de mis titubeos. El
Sr. Burnello tomó
de un solo sorbo su whiskey doble.
-Como
le decía, Oficial, me encuentro muy consternado por un paquete que
llegó a mí hace dos noches. Era de mi hermano. No sabía nada de él
desde hace muchos años, y ahora, de repente, recibo éste paquete
suyo. Y lo que ahí leí... me hizo estremecer, pues, según las
primeras líneas, el recibirlo significaba que él estaba, por alguna
razón, muerto. Y al continuar leyendo, entendí por qué.
Súbitamente
el sudor de su frente aumentó, su respiración se aceleraba, y su
piel tomaba un tono verdoso.
-
Es importante que usted sepa, Oficial, que existen fuerzas oscuras y
bien instrumentadas que ahora mismo conspiran para lograr un fin más
allá de lo que nosotros podemos ver. Y estas fuerzas son apoyadas
por la mafia, y los gobiernos a las más altas esferas del poder. Los
nombres que a continuación voy a proporcionarle, de llegar a la luz
pública, acabarían con los planes de estos oscuros actores... ¡Cof!
¡Cof!
Tosió
salpicando brillante sangre, al tiempo que se desplomaba, verde y con
la mirada perdida... no podía creerlo, ¿Cómo pasó? No había sido
yo... yo no...
Efectivamente.
Al momento de titubear con aquel frasquillo sobre su bebida, había
dejado caer una pizca de aquel veneno. Sólo una pizca. Había sido
yo. De inmediato pedí auxilio, salí al
pasillo y grité con fuerza. Rápidamente llegaron varios camareros,
y poco después más oficiales de la policía.
En
el altercado todos vieron la misma
posibilidad: había sido envenenado. De inmediato sentí un profundo
temor, me sentí observado por todos, ellos sabían que había sido
yo. Entonces uno de los oficiales gritó con fuerza:
-
Que nadie salga del hotel. El asesino debe estar por aquí. ¡Revisen
a todo el personal!
Basta
decir que, contrario a toda mi paranoia, nadie trato de revisarme,
protegido por mi rol de policía, por lo que bajo gran presión decidí
seguir la corriente, y actuar como normalmente lo habría hecho.
Esa
mañana no pudieron encontrar al asesino.
Por
la tarde, al llegar a mi casa, exhausto de buscar lo que no se podría
encontrar, descubrí otra de las notas que controlaban mis acciones
desde hacía unos días:
“¡Notable!
Bajo el colchón encontrarás el estímulo acordado. El martes
recibirás otra nota. Hay mucho por hacer.”
Estaba
hecho. Yo ya era uno de ellos.
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